• ¿ Te gusta escribir relatos cortos, poesia o cuentos ?: - ¡ Por fin !, un sitio donde publicarlos y... arriesgarte a una crí­tica. Recuerda que aquí­, todo el mundo puede opinar. La "señorita" Divine Comedia, está ansiosa (la verdad es que siempre parece ansiosa) por recibir tus textos, no la hagas esperar, no es un consejo...¡ ES UNA ADVERTENCIA !.
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    martes, enero 09, 2007

    MELODRAMA POR ENTREGAS

    Divine Comedia os propone un juego apasionante. Aquí tenéis la primera entrega del melodrama:
    LA INOCENCIA INTERRUMPIDA DE UN ELEFANTITO HUÉRFANO



    Vosotros habréis de continuar con la trama, enviándome las siguientes entregas. Entre todos vamos a crear una historia llena de emociones, pasiones arrebatadoras, venganzas tremebundas, insospechados giros del destino... Sólo os pido que los textos no sean largos –media página, aproximadamente- y sí concisos e intrigantes. Intriga esta a la que me refiero que tenga que ver, naturalmente, con lo ya escrito y deje para la siguiente entrega un hilo del que tirar para que la trama avance siempre hacia delante. Espero, ansiosa como soy, vuestra impagable colaboración. Y os ruego me permitáis la licencia de que sea yo, Divine Comedia, quién elija entre los textos cual de ellos será publicado.

    LA INOCENCIA INTERRUMPIDA DE UN ELEFANTITO HUÉRFANO

    I- QUIEN ES QUIEN
    “El volumen de mi cuerpo sólo es igualable al volumen de mi talento”, dijo la madre de Dumbo a su hijo, poco antes de morir en sospechosas circunstancias, tras una relación clandestina con un tragasables sueco del que se dice fue, además de su amante, su asesino.
    Nada quiso investigar el elefantito sobre aquello. Aparentemente, le bastaba con haber heredado el tamaño y la paciencia filosófica de su santa madre. La gente murmuraba y no se ponían de acuerdo: ¿callaba Dumbo por indolencia? ¿Por la inmadurez de sus pocos años? ¿O, tal vez, dentro de su cabeza se estaba fraguando una terrible venganza?... August, el tragasables sueco estaba convencido de esto último. “Ese maldito elefante sabe más de lo que parece”, le comentó una tarde, entre bastidores, a Celeste, la contorsionista argentina. Tenía ésta hembra unos ojos cargados de melancolía bonaerense que volvían loco al hombre del país del norte. La adoraba más allá de su propia cordura. Por ella fue que se hizo amante de la madre de Dumbo. “La bestia gorda tiene un secreto que nos puede hacer fabulosamente ricos”, le dijo la bella una noche, enredándolo en la blanca lujuria de sus carnes de ultramar. Y entre ambos tramaron la manera de arrebatarle el secreto a la elefanta sin marido. El tenorio sueco la seduciría con sus encantos, y la pérfida Celeste se convertiría en su mejor amiga, y en la receptora de sus confidencias amorosas. Nada mejor que una pasión prohibida para tirar de la lengua a una bestia enamorada. Esa era la primera parte del plan. Había concluido con un éxito aparente, pero ¿qué pensamientos albergaba Dumbo entre sus dos enormes orejas? ¿Qué habían averiguado August y Celeste del fabuloso secreto de su madre, contado a media voz entre los barritos del éxtasis amatorio?
    “Ese maldito elefante sabe más de lo que parece”, repitió el tragasables a la contorsionista. Y ambos se estremecieron al ver los ojos de Dumbo clavados en los suyos.

    Tras esa mirada desconcertante, Dumbo recapitulaba sobre los recientes sucesos y las personas que en ellos habían intervenido

    Dumbo era demasiado pequeño para comprender el alcance del secreto que le había confiado su madre y en esos momentos de abrumadora tristeza sólo era capaz de llorarla y sentir una inmensa soledad por su reciente pérdida. Inconsciente de las maquinaciones urdidas por August y Celeste, el pequeño elefante necesitaba el calor y el cariño de los que creía amigos y por eso buscaba la compañía de las dos personas en las que su madre había confiado. Ni siquiera el abrazo y el cariño de Margot, la ayudante de Magín el Mago, le había consolado cuando encontró el enorme cuerpo sin vida de su madre.
    Margot había llegado al circo como trapecista unos meses después que Celeste y en seguida se fijó en el fornido August. Para impresionarle, Margot se arriesgaba en el trapecio ejecutando arriesgados ejercicios y pronto se ganó el respeto y el aplauso del público. Celeste envidiaba su juventud y su éxito, por eso una tarde mientras Margot ensayaba su número, Celeste aflojó la red de protección de manera que Margot sufrió una caída produciéndola una lesión que le dejó un brazo inutilizado para colgarse del trapecio el resto de su vida. Todo quedó en un desafortunado accidente, aunque la inesperada alegría de la contorsionista y el interés de August por ésta le hacían sospechar que Celeste estaba detrás de su desgracia. Desde entonces, su vida en el circo se limitaba a acompañar a Magin en sus actuaciones y ocuparse de la limpieza de las jaulas de los elefantes. Así se había encariñado del pequeño Dumbo. Sin embargo, alentados por Celeste, su ligera discapacidad era objeto de burla entre las elefantas con las que trabajaba. Margot sufría y callaba sólo por permanecer cerca de August.
    (Entrega enviada por: La Catenaria)

    Donde se presenta a Serafín, el segundo amigo del elefantito. Y con él, ya están presentados los principales artífices de la trama y comienza a desvelarse su misterio.


    Aparte de la ex trapecista, Dumbo sólo contaba con otro amigo de verdad. Serafín, el beatífico liliputiense que ayudaba al Maestro de Ceremonias con la tarea de presentar los números del circo. Había desarrollado este hombre tan especial una singular habilidad: era capaz de oler cualquier cosa, en cualquier momento, con una precisión tal que, de haber tenido nuestro pequeño artista una mejor estampa, hubiérase convertido en el perfumista más prestigioso de todo París. La misma tarde anterior, el pequeño elefante estaba bajo la carpa, saboreando en silencio el frescor que le protegía de la tórrida temperatura exterior. Junto a él, dispuestos siempre a aliviarle de sus penas, estaban Margot y el pequeño Serafín. “¿Has estado en el cementerio, verdad?”, preguntó este último a Dumbo, mientras le olisqueaba suave y discretamente, sin apenas rozar el aire. El elefantito asintió tristemente y, mientras le mostraba un objeto, le dijo: “Alguien ha ido a visitar la tumba de mamá esta mañana, y ha perdido una cosa. ¿Se te ha caído esto a tí, Margot?“, y con su pequeña trompa depositó sobre la palma de la mano de la malograda trapecista, una lentejuela color vino de Burdeos. “Huele a tierra removida recientemente, a tierra húmeda,”, continúo Serafín, y un par de enormes lágrimas, como perlas preciosas encerradas en el más límpido cristal del desconsuelo, resbalaron por el rostro de Dumbo, quedaron colgadas un momento en la punta de sus incipientes colmillos y, tras columpiarse serenamente, se estrellaron contra la madera de la grada, dibujando allí una oscura corona de amor, que el calor disipó rápidamente. Tras un suspiro, el paquidermo susurró: “Si la tierra está húmeda es porque aún lloro mucho cuando hablo con mamá”. “No, mi fabuloso y querido amiguito -dijo Serafín dándole unos golpecitos detrás de la oreja- en eso que huelo no hay ni un sólo gramo de sal. Es puro olor a tierra removida”. Los tres se quedaron pensativos y sorpresivamente, como llegan siempre las malas intenciones y las noticias desgraciadas, apareció Celeste detrás del amistoso grupo. Margot, por esas cosas que sin saber explicar cómo el corazón le dicta a la cabeza, escondió en uno de sus bolsillos la lentejuela bermeja. “Pobre, pobre, pobrecito y huérfano Dumbo”, dijo la falsa, sin acercarse demasiado al grupo, “¡Yo quise tanto a tu madre! ¡Eramos tan amigas! Me contaba todos sus secretos; quería que yo lo supiera todo sobre ella, todo, como lo han de saber la una de la otra las personas que se aprecian sin ningún tipo de límites, sin importarles la distancia que dictan las diferencias de especie. Ella me quería como confidente, como la más íntima de todas... y a pesar de que ahora esté muerta, siento que tengo una deuda con ella: la de saberlo todo, absolutamente todo sobre su insustituible presencia... ¿Me ayudarás a conseguirlo? ¿Verdad qué sí, mi tierno pedacito de carne prieta? ¿Me ayudarás, descomunal nubecita de azucar rosa?”. Sólo en ese momento se acercó más al grupo, dispuesta a depositar su mano sobre el cuerpo de Dumbo. Margot, sin poder remediar el impulso, detuvo en el aire el gesto de la contorsionista. “Tú no has querido a nadie en tu vida. Tienes tanto veneno que cualquier beso que depositaras en la cara de alguien convertiría su rostro en una úlcera. Eres tan incapaz de dar amor como la negra parca de procurar felicidad”. La absoluta calma con que Margot dijo estas palabras dejo blanca de ira a Celeste. Pero se recuperó inmediatamente: “Lo que importa no es si yo soy capaz de dar amor, lo que importa, mi sosita tullida, es que un hombre como August sea capaz de dármelo a mi y no a ti. Y ahora, si eres tan amble, suéltame la mano de una maldita vez”. La así llamada tullida mantuvo aún un momento sujeta la mano de su enemiga, como quién enseña un trofeo ante su auditorio. La levantó un poco más, y sus cejas se alzaron en un gesto levísimo que, sin embargo, sus amigos captaron al instante. Luego la dejo caer con desprecio. “Pobre, pobre, pobrecita y malhumorada Celeste”, dijo finalmente Margot, imitando el principio de la frase de Celeste y el tono de voz con que ésta la había pronunciado de un modo tan preciso, que Dumbo y Serafín no pudieron reprimir una risotada. Tras ello, la ex trapecista dio la espalda a la argentina y se sentó junto a ellos. “Ya se os quitarán las ganas de reír”, murmuró entre dientes y se marchó, imprimiendo a su cuerpo un movimiento histriónico y pomposo. Parecía una mala diva de opereta. Los tres compañeros rieron de nuevo. Cuando calcularon que Celeste ya no podía oírlos, Margot habló. “Le habéis visto las uñas, ¿verdad?... Habéis visto que bajo ellas tenía tierra...” “Tierra removida de la tumba de mamá”, continúo Dumbo, rematando la frase. “Y su traje estaba cuajado de lentejuelas. De lentejuelas del color del vino de Burdeos”, razonó lentamente Serafín. Margot sacó la pequeña pieza brillante que antes había guardado precipitadamente en el bolsillo de su bata. Los tres se miraron con una gravedad que delataba el curso siniestro que habrían de tomar los acontecimientos. De cada uno de ellos se diría que el más mínimo de sus pensamientos navegaba en busca de la solución de un enigma de negros presagios. Dumbo rompió el maligno sortilegio, y con una voz tan adulta que sorprendió a sus amigos les dijo: “Os espero en mi recinto después de la función de noche. Ya es hora de que os hable del diario de mamá y del misterio que en él se oculta”.

    II- LAS PARTES, FRENTE A FRENTE

    La otra cara de la moneda

    La indignación de Celeste no conocía límites. Cuando entró en la caravana de August estaba tan rabiosa que toda la estructura metálica del vehículo tembló tras el tremendo portazo. “¡Voy a matar a esa escuálida malformada! ¡Te aseguro que la próxima vez que la vea no será sólo el brazo lo que le destroce! ¡Nadie se ríe en su cara de una hembra bonaerense y vive para repetirlo!”.
    August, que en ese momento se estaba metiendo entre pecho y espalda un formidable potaje sueco, se quedó con el cucharón a medio camino del plato a la boca. En coyunturas como esas, August se debatía entre dos sensaciones, ambas a su manera, igualmente excitantes: el pánico y la lujuria. Pero el potaje estaba realmente rico y August, tras pensarlo unos instantes, siguió comiendo. Cuando se es un tragasables comer a sus horas es una cuestión de supervivencia elemental, se dijo a si mismo. Mientras tanto, la argentina seguía con su desbordante y macabro soliloquio. Pasados unos minutos, el torrente se hizo riachuelo y cayó agotada sobre el butacón de orejas. August se limpió la boca con el borde del mantel, retiró el plato vacío y se encendió un cigarrillo que pasó a Celeste. Llenó dos vasos con un líquido tan transparente de color como intenso en su olor y se acurrucó a los pies de su adorada. Esta miró el aguardiente como quien mira la ponzoña que lleva en su mezcla el germen del más horrible de los crímenes; lo paladeó como se saborea la más meditada de las venganzas; y lo tragó como se tragan las medicinas amargas que, sin embargo, nos salvan de la penosa enfermedad. El sueco la observaba arrobado. Veía en Celeste la encarnación de las feroces leyendas de su Suecia natal. Junto a ella se sentía como un dios, y creíase capaz de vomitar mil sables de su propio cuerpo para dárselos a ella, la sanguinaria y eterna reina de las batallas. Sí. Celeste era el paraíso con el que soñaron sus ancestros. Pero nada decía. Por experiencia sabía que, tras la tempestad, esta mujer necesitaba su propio tiempo para que llegara la calma.
    Los vasos estaban vacíos y volvieron a llenarse. Por tercera vez, el líquido se derramó en el cristal. Fue entonces cuando la misma chispa de luz que irradiaba del líquido apareció en las pupilas de Celeste, y sus labios se apretaron como el rencor del que habla un tango.
    “Les oí hablar. Ellos pensaron que me había ido, pero les oí hablar... Esta misma noche el mantecoso orejudo les va a leer a la sonsa mancada y al enano repelente el diario de su adorada viejita... Esta misma noche... y tú y yo estaremos allí para escucharlo”. Tras estas palabras, agarró a August por los cabellos y lo atrajo hacia sí, besándolo de tal modo que lo embriagó más allá de lo que pudieran hacerlo cien vasos, mil vasos, un millón de vasos más de ese mismo aguardiente, al que sabía la boca de su amada.
    “Afila bien tus sables esta noche, amado mío, porque después de escucharlo, sólo tú y yo quedaremos vivos para recordarlo”.
    August se estremeció, y una oleada de sabor a sangre le bajó por la garganta. “¡No me hagas volver a matar!” quiso gritarle a Celeste, pero el sangriento sazón llegó con más fuerza y se descubrió a si mismo saboreándolo con impudicia.
    Y supo que volvería a hacerlo, que ya no había marcha atrás ahora que había probado el gusto de su propia sangre, bajo los mordiscos lascivos de la mujer a la que había entregado su destino.

    lunes, enero 08, 2007

    No te duermas, Mariola

    La Catenaria nos envía otro cuento. Si leéis el publicado el día 22 del 12 de 2006, conoceréis al completo la triste vida de Mariola.

    No te duermas Mariola

    Después de dos años de silencio absoluto, Mariola empezó a salir del oscuro túnel en el que se había sumido tras el accidente de Javier. Poco a poco fue recuperando las ganas de salir, de arreglarse, de soñar, de vivir. Entonces conoció a Fernando, un joven empresario heredero de un próspero negocio familiar con el que se casó al cabo de seis meses.

    Decidieron mudarse a vivir a una casa en el campo lo bastante lejos de la familia de él para evitar visitas inoportunas y lo bastante cerca de la familia de ella como para poder acudir Mariola a diario a comer a la casa paterna. Ella pretextaba que la cocina no se le daba bien aunque la realidad era que todavía no había superado el miedo a quedarse sola.

    No había noche que no se acostara con el temor de cerrar los ojos y que la asaltara la misma pesadilla que se le repetía continuamente, sin embargo aquella noche se despertó sobresaltada por los ladridos de los perros y armándose de valor se levantó a ver qué pasaba. Fernando roncaba de tal manera que le fue imposible despertarlo.

    Bajó al jardín, miró a su alrededor y vio a los perros subidos de patas en una parte de la valla que lindaba con una zona de bosque. Buscó una linterna en el garaje y se dirigió a ver qué era lo que ponía tan nerviosos a los perros. Habrán visto algún conejo o algún zorrillo -pensó-

    Sin embargo, a medida que se iba aproximando le pareció distinguir entre la niebla que se empezaba a levantar sobre la espesura una luz que se dirigía hacia el camino que conducía al cementerio y le pareció escuchar el murmullo de unas voces que repetían con monotonía frases que no llegaba a entender. Volvió a buscar la cadena de Atila, el enorme pastor alemán que le habían regalado cuando aún era una adolescente, lo llamó, lo ató y salió por la puerta resuelta a ponerle las peras al cuarto a los bromistas que estaban alterando su descanso.

    -Se van a enterar estos niñatos, ¡qué se habrán creído! se podían haber quedado en el pueblo molestando al alcalde en lugar de hacer excursiones a estas horas al cementerio. Como reconozca a alguno de ellos mañana me oyen sus padres!- se iba repitiendo mientras se iba acercando al grupo.

    Cuando ya estaba a una distancia bastante corta, Atila empezó a aullar y tiraba de ella para volver a la casa, pero Mariola estaba decidida a llegar hasta el final. En un descuido, Atila se le escapó y salió corriendo dejándola sola.

    -Perro tonto, se está haciendo viejo.

    Enfocó la linterna hacia la comitiva. Distinguió unas sombras que vestían largas capas negras con capuchas que sostenían unos cirios encendidos. Le pareció que los que iban delante cargaban con algo pesado del que salía una luz mortecina. Siguió avanzando y el grupo se detuvo como si estuvieran esperándola.
    Mariola sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo al escuchar cómo el encapuchado que encabezaba la comitiva se giró y la llamó por su nombre.

    -Ven Mariola, mira a quien nos estamos llevando.

    La curiosidad la empujó a acercarse hacia el objeto que transportaban y comprobó que se trataba de un ataúd con tapa de cristal. Se acercó conteniendo el aliento y allí estaba Fernando, amortajado, con la palidez amarillenta de los cadáveres.
    La sombra lanzó una sonora carcajada y Mariola gritó aterrada, paralizada por aquella imagen de ultratumba.

    Se despertó con la respiración agitada todavía y bañada en un sudor frío. Se giró hacia Fernando que ya no roncaba. Todo había sido un mal sueño. Bajó a la cocina a beber un vaso de agua y volvió a acostarse.
    Por la mañana se levantó antes que él. Debió olvidar poner el despertador. Le llamó:

    -Despierta querido, es tardísimo

    Pero Fernando ya no despertaría nunca más. La autopsia reveló que había muerto de un derrame cerebral mientras dormía. Mariola pasó los siguientes meses recluida en una psiquiátrico otra vez con la mirada perdida en el vacío negándose a dormir. Nunca mas volvería a dormir.
    Enviado por: La Catenaria