La bicicleta
Veloz sobre su par de ruedas
sabe que el secreto es no mirar la grava
que golpea los radios, sino ignorarla.
Y en las curvas, calcular al principio y luego,
casi adivinar a ciegas el ángulo de la entrada.
Dolerán las manos durante días,
el tiempo necesario para aprender a levantar una de ellas y saludar. Saludar heroico y ya curtido,
sin que tiemble la rueda delantera. Dueño y señor, de todos los manillares del mundo.
A partir de ese momento, el pueblo es infinito
y la bici, un sentimiento intraducible.Enviado por: La Sole
A la memoria de Bernarda, su madre Nemesia y su hermano Carmelo
La familia de Bernarda, sus padres el señor Modesto y la señora Nemesia y algunos de sus hermanos mayores no eran de Bustarviejo sino oriundos de un pueblo manchego de nombre Alhambra de la Mancha. Llegaron aquí para estar cerca del señor Modesto quien tras la Guerra Civil había sido condenado a trabajos forzados en la construcción de la vía del tren (no hace falta que os describa los barracones de la Dehesa). La cuestión es que la señora Nemesia cogió a sus retoños y se plantó en un lugar donde no la conocían para estar cerca de su marido pasando más penurias que alegrías. Aquí nacieron sus otros hijos y aquí se quedaron al quedar en libertad el señor Modesto para no volver más a la Mancha. Su economía, como la de muchas familias del pueblo de la época, consistía en un puñado de gallinas, un par de cerdos, un par de cabras y poco más. No tengo recuerdos de que tuvieran huerto. Todos los miembros de la familia estaban obligados a contribuir con su trabajo al sostenimiento común de manera que todos ellos pisaron lo justo la escuela y recalaron demasiado pronto en el escaso mercado laboral de entonces. Bernarda también.
Bernarda llegó a trabajar a mi casa contando apenas 14 años y yo a lo sumo tendría el año cumplido. Allí se quedó durante los siguientes 12 años y de allí se marchó para casarse.
Ella era la que se ocupaba de levantarme por las mañanas, de mis comidas en la cocina, de mis meriendas, de mis baños y de muchos de mis paseos, sobre todo los de los veranos en el pueblo. Mientras tuve edad de estar vigilada Bernarda me llevaba con ella a la hora del paseo unas veces a su casa otras con sus amigas y mientras tanto me iba fijando en cada detalle de lo que veía que contrastaba drásticamente con el mundo en el que vivía yo.
El suelo de piedra de la casa, el corral, la cámara, la cocina con la lumbre baja, las alcobas sin ventana y la pieza principal de la casa, un comedor en el que nadie comía y que servía para recibir a las visitas de compromiso que no serían muchas.... esa era la disposición en general de todas aquellas casas antiguas del pueblo. Unas más modestas que otras pero todas con su estancia distinguida.
A mí me encantaba ir a casa de Bernarda. Ya sólo el olor de la chimenea me capturaba y luego todo lo demás. Si era por la tarde y hacía calor, las mujeres de la vecindad se sentaban todas en las piedras de la puerta de su casa bastidor en mano o mantelería de punto de cruz y escuchaban embelesadas a través de algún transistor con no pocas interferencias el Consultorio Sentimental de la Señorita Francis mientras sus piernas al sol eran pasto de las moscas. Nunca llegué a tal punto de Nirvana de aguantar las cosquillas de las moscas tanto rato sin liarme a manotazos.
Si hacía frío la gente se recogía cada uno en su casa al calor de la lumbre baja sentados en unos bancos de madera de 3 patas o en el poyete de piedra que rodeaba parte de la estancia. Se sacaba la hogaza de pan, la navaja, el chorizo, el tocino o el jamón de la matanza , otras veces el queso. Se bebía el agua en botijo y el vino en bota cada cual como le correspondía. Por supuesto no había agua corriente y la luz eran unas mortecinas bombillas donde las había. El lavabo era una palangana con un tapón de corcho y el retrete el corral, nada más que añadir. En invierno tenía que ser inhumano lavarse en esas condiciones.
Todo aquello a mí me transportaba a tiempos remotos, me imaginaba a principios de siglo y me creía una Robinsonina Crusoe aprendiendo las reglas básicas de la supervivencia.... para mi siempre era una aventura ir a la casa de Bernarda. Ya de vuelta a mi realidad Bernarda era mi paño de lágrimas, mi confidente, mi tapadera, mi Tata.
Carmelo era hermano suyo. Sí, el Carmelo que todos conocimos. Un jovenzuelo al que le gustaba meter bulla y por lo que tempranamente se hizo célebre en el pueblo. A su madre, la señora Nemesia ya le hacía padecer desde entonces.
A Carmelo le gustaba meterse y provocar a las chicas (a todas) para asustarlas y poco más, pero cuando se metía conmigo ahí estaba yo para presentarle mi queja a Bernarda ... "dile a tu hermano que no se meta conmigo!" Algo le diría Bernarda porque Carmelo no volvió a meterse conmigo nunca más. La adoraba.
Bernarda se echó un novio en el pueblo que además estaba emparentado lejanamente con mi familia, el apellido de su marido era el mismo que el mío y se llevó todas las bendiciones de mis abuelos y padres, por este orden aunque mi padre no llegó a bendecirla del todo ya que falleció antes. Ella se quedó unos meses más y luego dejó mi casa definitivamente para preparar su boda a la que acudí cómo única representante de mi mayores. Estaba guapísima. Tendría los 28 años recién cumplidos o a punto de cumplirlos.
A los pocos meses de casada se indispuso con unas fiebres de Malta que destaparon otro problema ginecológico mucho más grave del que no pudo ser operada por sobrevenirle una peritonitis. Su fortaleza y la medicina de la época no lo consiguieron. Se casó en Marzo y murió en Agosto del mismo año. Era el segundo shock que la vida me regalaba en poco más de un año.
Lo sentí muchísimo. Yo la quería y confiaba en ella, era mi amiga, mi consuelo, mi cómplice.... era mi Tata, algo menos que una madre y algo más que una hermana.
La señora Nemesia se rompió de dolor por la pérdida de la hija y el hundimiento de Carmelo se precipitó a pasos agigantados. A Carmelo esa pérdida acabó por conducirlo al terrible pozo del alcoholismo.
El la adoraba y ella también le quería y protegía. De esa pérdida nunca se recuperó Carmelo porque siempre, siempre que me veía, independientemente del grado de inconsciencia etílica que llevara encima me hablaba de ella. Yo se la recordaba y cuando le miraba a los ojos le veía a él de jovenzuelo, a mí de niña, y a Bernarda con su carácter... me tenía que contener el lacrimógeno. "Venga Carmelo, no seas pesao que ya lo sabemos..." pero ahí se cruzaban y esquivaban nuestras miradas.
Como si la vida no se hubiera ensañado suficiente con la señora Nemesia, a los pocos años el hijo mayor Domingo murió trágicamente ahogado en un pozo ciego. Su marido, el señor Modesto fue atropellado por una moto y quedó impedido física y mentalmente dependiendo de los cuidados de la señora Nemesia hasta su fallecimiento .
Siempre que veía por la calle a la señora Nemesia encorvada pero ágil a pesar de su edad, con el dolor y la pena marcados en su mirada veía a una superviviente, una mujer a la que la vida golpeó sin piedad pero que siempre acababa recuperándose para ocuparse de Carmelo, ese chico que tantos disgustos le seguía dando. Hasta que un día Carmelo no despertó más, ya no hubo más resacas, no más disgustos... Carmelo se fué para reunirse con Bernarda, una de las personas a la que más quiso.
Enviado por: CARMEN